Portada » Religión » Pilares de la Fe Cristiana: Sacramentos, Historia y Conceptos Fundamentales
Jesús prometió a sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo para darles fuerza y energía en su tarea de predicar el Evangelio. Este Espíritu lo recibieron en Pentecostés.
En la Iglesia, el sacramento de la Confirmación se celebra cuando los bautizados alcanzan la edad adulta de la fe, con el fin de que asuman su compromiso cristiano, confirmen por sí mismos la fe recibida en el Bautismo y reciban el Espíritu Santo, que les capacitará para dar testimonio como cristianos en la sociedad. Es, por tanto, el sacramento de la madurez cristiana.
La Confirmación se administra a quienes han sido bautizados y poseen la edad suficiente para ser conscientes de lo que significa ser cristiano. Los padrinos de Confirmación son quienes presentan al confirmando ante el obispo, ministro ordinario de este sacramento.
Una vez que los confirmandos han sido presentados al obispo, y tras la profesión de fe y la renovación de las promesas bautismales, este les impone las manos, gesto que en el Nuevo Testamento significa elección para una responsabilidad dentro de la comunidad, mientras recita una oración en la que pide que el Espíritu Santo descienda sobre ellos. El rito concluye cuando el obispo moja el dedo pulgar en el santo crisma y hace la señal de la cruz en la frente de quienes se confirman, pronunciando las palabras: «Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo.»
En el sacramento de la Confirmación, celebramos el crecimiento de la fe por la acción del Espíritu Santo. De este modo, se invita al confirmado a ser testigo de la fe cristiana, a proclamar a todas las gentes el mensaje de Jesús y a colaborar activamente con la Iglesia.
El sacramento del Orden es aquel mediante el cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Se confiere en sus tres grados: a obispos, presbíteros y diáconos.
Los Apóstoles, por mandato del Espíritu Santo, eligieron diversos colaboradores para que les ayudaran en las tareas de su ministerio.
Los sacerdotes son un recordatorio vivo de que es Cristo quien reúne a la comunidad de creyentes. Ellos prolongan en el tiempo las mismas acciones que un día realizó Jesús.
El gesto común para la consagración de los obispos, presbíteros y diáconos es la imposición de manos sobre la cabeza del ordenando por parte del obispo.
El obispo es consagrado por otro obispo, quien debe estar acompañado, al menos, por otros dos obispos consagrantes. Los obispos asistentes extienden las manos sobre el elegido mientras dicen: «Infunde ahora sobre este siervo tuyo que has elegido la fuerza que de ti procede: el Espíritu de soberanía que diste a tu amado Hijo Jesucristo» (…). El obispo consagrante le unge la cabeza, le entrega el libro de los Evangelios, le pone el anillo, le impone la mitra y, finalmente, le entrega el báculo.
El sacerdote (presbítero) es consagrado por un obispo. El momento central es cuando el obispo, con las manos extendidas sobre el elegido, dice: «Te pedimos, Padre Todopoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado; renueva en sus corazones el Espíritu de santidad» (…). Concluida la plegaria, el ordenado recibe la estola al estilo presbiteral y la casulla, y el obispo unge las palmas de sus manos con el sagrado crisma y pone sobre ellas la patena y el cáliz.
Los diáconos son ordenados por el obispo, quien dice: «Envía sobre ellos, Señor, el Espíritu Santo para que, fortalecidos con tu gracia de los siete dones, desempeñen con fidelidad su ministerio.» Luego, al ordenado, se le viste con las vestiduras diaconales.
En la Asamblea de Jerusalén se decidió que los paganos convertidos no debían someterse a la Ley Judía. Lo que realmente salva es la fe en Jesús y la relación con Él, no el cumplimiento de obras meramente externas.
Durante los primeros siglos, la comunidad cristiana experimentó momentos de tolerancia y paz en los que pudo organizarse y expandirse. La historia registra diez grandes persecuciones.
Los castigos infligidos a los cristianos consistían, principalmente, en la expropiación de bienes, la prisión, el destierro, los trabajos forzados, las torturas y, en muchos casos, la muerte. Muchos cristianos prefirieron entregar su vida antes de renunciar a su fe en Jesucristo. Se les llamó mártires, palabra griega que significa «testigos».
Las persecuciones no lograron acabar con el cristianismo. Más bien al contrario, como se suele decir, «la sangre de los mártires se transformó en semilla de nuevos cristianos».
Las catacumbas llegaron a ser complejos laberintos de varias alturas. En un principio eran solo cementerios, pero con el tiempo se convirtieron en lugares de peregrinación y de culto. Durante las persecuciones, sirvieron como lugar de refugio momentáneo y para la celebración de la Eucaristía.