Portada » Español » El Arte de la Persuasión: Retórica, Comunicación y Lenguaje No Verbal
El Ars Bene Dicendi es el arte del buen decir, la disciplina que se encarga de hablar bien en público y también de escribir correctamente, aunque sus principios originales se centraban en la expresión oral.
La retórica es la disciplina que estudia y sistematiza los procedimientos y técnicas de utilización del lenguaje con una triple finalidad:
La retórica, como el arte de hablar bien y en público, implica el uso de argumentos para persuadir y convencer a otros, buscando y exponiendo la verdad con argumentos.
La sofística (sofistas), en cambio, se ocupa de que el interlocutor quede convencido, trabajando el efecto del discurso, no la verdad.
Los efectos del discurso se manifiestan en la transmisión de ideas y creencias, vinculadas a través del lenguaje. Hablar es actuar; siempre que decimos algo, se lleva a cabo una acción.
La retórica visual busca comunicar un concepto sin necesidad de utilizar ninguna palabra (por ejemplo, la contaminación en el mar). Combina un elemento real con un elemento estético. La metáfora es un recurso importante en los discursos. Ej.: “Sus dientes eran perlas”.
La primera retórica griega, de carácter oral y político, surge en el contexto de la polis y se utilizaba con fines diversos: exhibir la elocuencia en celebraciones mediante el elogio, defenderse de acusaciones y, sobre todo, imponer de forma persuasiva la voluntad. Esto dio origen a la retórica política, usada para convencer y ganar afiliados. El objetivo principal era convencer y persuadir. Esta es la llamada “retórica de la acción y de la praxis”, utilizada especialmente en los juicios. Un ejemplo de este enfoque es la obra de Gorgias del siglo V a.C., que aborda cómo elaborar un discurso efectivo dentro de una retórica pragmática. Baltasar Gracián, siglos más tarde, resumió esta idea al decir que “las palabras son sombras de los hechos”.
A mediados del siglo XX, la retórica se reactualiza en el contexto del auge de las democracias tras la Segunda Guerra Mundial. Este resurgimiento responde a la necesidad de construir discursos persuasivos dentro de un marco democrático, en contraposición a los discursos totalitarios anteriores. En este período destaca la nueva retórica propuesta por Perelman, centrada en la racionalidad y la necesidad como pilares de la persuasión. Además, la retórica se expande hacia nuevos campos como la literatura, el cine, la imagen, la publicidad y el mundo de los negocios, adquiriendo un enfoque más pragmático: cómo hablar en público, cómo vender una idea, cómo ser más eficaz en los discursos.
El auge de los medios de comunicación de masas también impulsa este renacimiento, ya que la persuasión mediática se convierte en una herramienta clave para influir en la opinión pública. Quienes dominan la retórica —el tono, la voz, la presencia— ganan protagonismo, especialmente en el ámbito político, donde el discurso se convierte en vía esencial para conseguir votos y apoyo. Así, la retórica vuelve a tener un papel central en la vida pública y política, valorada por su capacidad para influir, convencer y movilizar.
La publicidad es una forma de comunicación con una finalidad comercial que necesita de la retórica para convencer al público, al igual que ocurre con la retórica política. Su objetivo principal no es tanto informar como persuadir, por eso busca un lenguaje específicamente publicitario, persuasivo y eficaz. En este tipo de comunicación se emplea una retórica basada en la alabanza y el elogio, y se combinan elementos emocionales y lógicos para lograr mayor impacto.
La retórica de la imagen también juega un papel fundamental, ya que las imágenes pueden transmitir mensajes de forma poderosa. La publicidad utiliza recursos retóricos visuales como la metáfora, donde un elemento visual representa al producto final o su origen, facilitando así la conexión con el público. Por ejemplo, si se muestra un tomate sobre una botella, el mensaje que se lanza es que el producto es natural, apelando a la percepción emocional y racional del consumidor.
Otro recurso retórico muy usado es el erotema, que consiste en formular una pregunta sin esperar respuesta. Se utiliza para reforzar una afirmación o sentimiento, generando impacto. Estas preguntas retóricas ayudan a estructurar argumentos y hacer más eficaz el discurso.
Aristóteles, en su manual de retórica, propone una organización del discurso en tres dimensiones: una centrada en el orador, otra en la audiencia y otra en el propio discurso. Destaca que es fundamental pensar en el destinatario para que el discurso funcione, y establece cómo debe estructurarse, desde la introducción hasta la forma de presentar los argumentos. El origen de la retórica se remonta a los sofistas, quienes eran profesores especializados en el arte del discurso público y enseñaban los principios de la persuasión, mostrando cómo hablar en público y convertirse en un buen orador.
Un buen orador siempre tiene en cuenta a su audiencia, ya que la comunicación es un proceso transaccional entre emisor y receptor. El discurso debe construirse pensando en el público, no en uno mismo. Si el orador olvida a quién se dirige, la comunicación pierde efectividad. El destinatario determina el objetivo del mensaje, por lo tanto, hay que hablar para quien escucha. En este contexto, se distinguen tres actos del lenguaje:
Además, los buenos oradores emplean pruebas para persuadir, según Aristóteles. Estas pruebas se dividen en tres categorías:
Dentro del logos, se emplean dos formas de razonamiento:
Finalmente, para lograr un discurso persuasivo, hay que seguir ciertos cánones o recomendaciones. La retórica estudia los medios para convencer al oyente, y su herramienta principal es la argumentación dentro del marco de la comunicación. Es crucial trabajar tanto los argumentos como los contraargumentos, y considerar los elementos que mejor funcionan para persuadir. Según Aristóteles, no existe un género específico de discurso persuasivo, por lo tanto, el orador debe adaptarse al contexto, utilizando los recursos más adecuados para lograr su objetivo.
Una retórica efectiva se construye a través de un proceso secuencial, planificado y estratégico que consta de cinco elementos fundamentales:
La indumentaria y los adornos forman parte esencial de la comunicación, ya que transmiten información sobre el contexto y la intención del acto. Por ejemplo, en una cena de gala de la corona, el uso de vestidos formales y coronas indica que se trata de un evento oficial. La comunicación no se limita solo a las palabras, sino que es el resultado de todos los elementos que intervienen: lo verbal, es decir, lo que decimos y callamos, y lo no verbal, que incluye la postura, la distancia, los gestos (especialmente los del rostro, donde más se expresa), y la actitud. Todo ello conforma un conjunto coherente que debe trabajarse de forma integrada. Muchas veces percibimos que alguien está afectado sin que diga nada, porque el cuerpo también comunica. En este sentido, un orador no tiene solo oyentes, sino también espectadores, ya que su lenguaje corporal es tan importante como sus palabras. Cuando hay contradicción entre lo verbal y lo no verbal, se genera desconfianza y la comunicación falla. Por eso es fundamental alinear ambos lenguajes para transmitir seguridad, coherencia y credibilidad. Comunicamos con todo nuestro ser: nuestra apariencia, la forma en que nos movemos, cómo nos vestimos, nuestra postura, gestos, miradas y señales, todo envía un mensaje.
Edward Hall divide la comunicación no verbal en tres áreas fundamentales:
La comunicación no verbal varía entre culturas; por ejemplo, un gesto afirmativo con la cabeza en India puede interpretarse como negativo, o el uso de los dedos para indicar números cambia en Japón. En cuanto al peso del lenguaje verbal frente al no verbal, estudios como los de Albert Mehrabian señalan que el 55% de la comunicación proviene del lenguaje corporal, el 38% de la voz y solo el 7% del lenguaje verbal, destacando así la importancia de lo no verbal, que además opera de forma inconsciente y puede contradecir lo dicho con palabras. Nancy Etcoff, en un experimento con tres grupos (personas con afasia, con lesión en el hemisferio derecho y sin daños), mostró que aquellos que no procesaban bien el lenguaje verbal (grupo con afasia) fueron los más certeros al detectar mentiras en vídeos, lo que refuerza la relevancia de lo no verbal. Desde una visión holística, como propone Palma Peña, no es posible establecer con exactitud el peso de cada tipo de lenguaje, pero sí se reconoce que todos los elementos del acto comunicativo —verbal, no verbal, contexto, relaciones entre los participantes, actos ilocutivos y perlocutivos— contribuyen al significado. Comunicamos con toda nuestra identidad: desde la ropa y los adornos, hasta la postura, los gestos, las miradas, los silencios y la actitud. Por eso es esencial alinear lo verbal con lo no verbal y adecuar el mensaje a cada situación comunicativa.
Edward Hall distingue tres tipos de espacios que influyen en la comunicación no verbal:
A través del estudio de la proxemia, se analiza cómo usamos el espacio en nuestras interacciones. Se identifican distintas zonas según la distancia:
Asimismo, la indumentaria forma parte clave de esta comunicación, ya que transmite información sobre el tipo de acto que se celebra y el momento del día.
El saludo y la acogida son fundamentales para establecer un clima adecuado y poner en situación a los interlocutores. Implican:
Los estudios de Watzlawick, Beavin y Jackson en su obra Teoría de la comunicación humana llegaron a la conclusión del siguiente axioma: “Es imposible no comunicar”, “es imposible no comportarse”, para señalar que comunicamos siempre. La palabra, el silencio y todos los elementos (gestos, indumentaria, postura, actitud) tienen valor en nuestro mensaje.
Los gestos juegan un papel clave en la comunicación no verbal y se agrupan en tres categorías principales: ilustradores, reguladores y adaptadores.
Ayudan a comprender el mensaje al coordinarse con el lenguaje verbal para explicar, convencer o persuadir. Ejemplos de estos gestos incluyen:
Marcan el ritmo del habla y cumplen una función similar a la puntuación en un texto escrito. Aunque son intencionales, a menudo se realizan de forma inconsciente. Se dividen en:
Suelen ser gestos personales o premeditados que expresan estados emocionales o ayudan a gestionar el entorno comunicativo. Se clasifican en:
Efron (1972) clasifica además los gestos en:
Es importante evitar gestos negativos y mantener una postura activa y comunicativa para lograr una expresión eficaz.
Para comunicar seguridad y coherencia con nuestro discurso, es fundamental cuidar la expresión no verbal evitando gestos que transmitan nerviosismo o inseguridad, como:
Una actitud de escucha activa se refleja con el cuerpo inclinado hacia adelante y las manos visibles sobre la mesa; de pie, con una postura natural, relajada y sin cruzar los brazos, se proyecta apertura. El contacto visual debe mantenerse de forma natural, evitando desviar la mirada o mirar fuera de campo. Los tics nerviosos y los movimientos excesivos deben controlarse, así como gesticular con moderación. Para reforzar el mensaje y mostrar seguridad, se recomienda mirar al interlocutor, mantener una sonrisa genuina que transmita voluntad y apertura, adoptar una postura erguida, caminar con firmeza y evitar las manos en los bolsillos, ya que estas actitudes comunican desinterés o inseguridad.
Una comunicación eficaz requiere cuidar todos los aspectos del lenguaje corporal, desde la postura hasta la expresión facial.
La postura debe ser natural, firme y relajada, con el peso corporal equilibrado, hombros sueltos y manos visibles, nunca escondidas en bolsillos o detrás del cuerpo. Las piernas deben estar juntas o cruzadas con naturalidad y dirigidas al interlocutor, evitando posturas incómodas como estar sentado en el borde de la silla. La cabeza debe mantenerse erguida, evitando mirar al suelo o al techo, y el contacto visual debe ser constante y natural.
Las manos comunican apertura cuando están hacia arriba y tensión o inseguridad cuando se muestran cerradas o hacia abajo, por lo que deben evitar tics como tocarse el pelo, la cara o realizar movimientos repetitivos. La gestualidad debe ser armónica, adecuada al contexto, natural y no fingida ni excesiva. Durante una presentación, es clave mantener una imagen coherente y controlada, trabajando la expresión facial (atenta, relajada y receptiva) y evitando señales de desagrado, aburrimiento o incomodidad. Los gestos de la cara, como tocarse la nariz o los labios, pueden delatar inseguridad o mentira, y las acciones como apoyar la barbilla o frotarse un ojo revelan evaluación o evasión. La cabeza levantada con barbilla al frente denota poder, y asentir muestra acuerdo, mientras que ladearla puede indicar sumisión o interés. Los brazos también tienen carga simbólica: cruzarlos puede significar rechazo, y mantenerlos relajados a los lados refleja apertura. Las manos en la cintura pueden denotar seguridad o agresividad; los dedos entrelazados sugieren ansiedad, mientras que las puntas unidas expresan confianza. En cuanto a las piernas, su orientación y postura (como los tobillos cruzados o la dirección de los pies) también influyen en la percepción del mensaje.
La indumentaria también comunica: se debe evitar ropa con estampados de rayas o cuadros, colores estridentes, brillos o exceso de joyas. La proxémica, o el uso del espacio en la comunicación, varía según la cultura y contexto, y se divide en espacio fijo (elementos arquitectónicos inamovibles como un aula o despacho), espacio semifijo (decoración, muebles) y espacio informal, que representa nuestra burbuja personal. Cuidar todos estos elementos contribuye a reforzar o contradecir el discurso y a transmitir seguridad, autoridad y cercanía según la intención comunicativa.
La proxemia establece distintos tipos de distancias que regulan las relaciones humanas según el grado de confianza y el contexto:
En cuanto al saludo, constituye el primer contacto y es una forma de comunicación que refleja cortesía, seguridad, personalidad y carácter, y está mediado por el lenguaje no verbal (mirada, gestualidad, postura y distancia). Su modalidad varía según el contexto: puede ser un apretón de manos, un beso o un abrazo. En caso de duda, el saludo más neutro y universalmente aceptado es estrechar la mano, acompañado de una sonrisa o gesto amable y manteniendo el contacto visual. Este tipo de saludo se recomienda para cualquier persona, independientemente del género, cuando no hay confianza previa, ya que transmite respeto y es bien recibido en casi cualquier cultura.
La imagen personal es nuestra carta de presentación: refleja quiénes somos antes incluso del primer contacto físico o verbal. Por ello, debemos cuidar aspectos como la higiene, el vestuario y el peinado, ya que la primera impresión es determinante. Muchas empresas tienen normas de vestimenta que varían según el contexto: en algunos casos, la ropa casual puede ser aceptada los viernes, mientras que el traje formal puede exigirse en reuniones con la gerencia o clientes. La clave es observar cómo se visten los superiores y adecuarse.
En cuanto a la etiqueta, el saber vestir implica conocer los códigos de vestuario formales:
Así, la etiqueta, tanto masculina como femenina, se adapta al momento, la ocasión y el tipo de evento, y sus claves suelen indicarse en las invitaciones formales.