Portada » Español » Desarrollo de Habilidades Lingüísticas y Comunicación Efectiva
La concepción de la lengua que tenemos en las postrimerías del siglo XX difiere mucho de la que hemos tenido durante el resto del siglo y parte del anterior. A partir de los años 60 y gracias a aportaciones diversas como la filosofía del lenguaje, la sociolingüística, la didáctica de las segundas lenguas y, más modernamente, la lingüística del texto, se ha desarrollado una visión funcionalista y comunicativa. Asimismo, los programas de la Reforma educativa adoptan decididamente este nuevo planteamiento comunicativo.
Hasta los años 60, la lengua se había considerado básicamente como materia de conocimiento, para memorizar y aprender. La palabra clave era la gramática; se trataba de aprender la estructura de la lengua. A partir de los años 60, varios filósofos empiezan a poner énfasis en el uso de la lengua, en su funcionalidad y en lo que se consigue utilizándola. La lengua es una herramienta múltiple, un instrumento que sirve para conseguir mil y una cosas: ¡un cortado, por favor! Con lo que conseguimos alguno de estos objetivos es un acto de habla y consiste en la codificación o descodificación de un mensaje oral o escrito. El uso y la comunicación son el verdadero sentido último de la lengua y el objetivo real de aprendizaje. Según este planteamiento, aprender lengua significa aprender a usarla. La gramática y el léxico pasan a ser los medios técnicos para lograr este propósito.
Así pues, es importante distinguir entre el conocimiento y el uso de la lengua. Esta distinción es importante en la sociolingüística y especialmente en nuestro contexto social, inmerso en un proceso de normalización lingüística. Las últimas estadísticas sobre el dominio del catalán en la población apuntan hacia un aumento del conocimiento teórico de la lengua, pero hacia un estancamiento de su uso. Es decir, la sociedad quizás cada vez sabe más catalán, pero no por ello la utiliza más.
El primer concepto se enmarca en el contexto de la lingüística generativa-transformacional de Chomsky. Según esta teoría, la competencia es el sistema de reglas lingüísticas, interiorizadas por los hablantes, que conforman sus conocimientos verbales y que les permiten entender un número infinito de enunciados lingüísticos. La competencia engloba la fonología, la morfología, la sintaxis y el léxico, el conjunto de la gramática. También, la competencia se opone a la actuación lingüística, es decir: la utilización que cada hablante hace de la lengua en todos sus usos.
El segundo concepto lo propuso el etnógrafo Dell Hymes durante los años 60, para explicar que hay otra clase de conocimientos, además de la gramática, para poder usar el lenguaje con propiedad. Así, la competencia comunicativa es la capacidad de usar el lenguaje apropiadamente en las diversas situaciones sociales en que nos encontramos cada día.
El tercer concepto es la rama de la semiótica y de la lingüística que se ocupa de estudiar todos estos otros conocimientos y habilidades que hacen posible el uso adecuado de la lengua. Analiza los signos verbales que utilizan los hablantes: las situaciones, los propósitos, las necesidades, los roles de los interlocutores, etc.
Fórmula clave: Competencia lingüística + Competencia pragmática = Competencia comunicativa.
El objetivo fundamental de estos enfoques ya no es el aprendizaje de la gramática, sino que el alumno pueda comunicarse mejor con esa lengua. Los diversos métodos o planteamientos didácticos que siguen esta nueva visión de la lengua, que se centran en la comunicación, se llaman genéricamente enfoques comunicativos.
Los ejercicios de clase recrean situaciones reales o verosímiles de comunicación con textos completos. La lengua que aprenden los alumnos es una lengua real y contextualizada. Los alumnos trabajan con textos auténticos, que no han sido creados especialmente para la enseñanza y que tampoco han sido excesivamente manipulados. También la lengua que se enseña es heterogénea, la que se usa en la calle, con dialectos, registros y jergas varios, además del estándar pertinente. Los alumnos trabajan a menudo por parejas o en grupos para facilitar la comunicación. Los ejercicios de clase permiten que los alumnos desarrollen las cuatro habilidades de la comunicación.
Según el papel que tenga un individuo en el proceso de comunicación, es decir, según actúe como emisor o como receptor, y según el mensaje sea oral o escrito, se distinguen cuatro habilidades. Hablar, escuchar, escribir y leer son las cuatro habilidades que debe dominar un usuario de la lengua para poder comunicarse con eficacia en todas las situaciones posibles. De hecho, no hay ningún otro modo de utilización de la lengua con finalidades comunicativas.
Aquí las llamamos habilidades lingüísticas, pero también reciben otros nombres según los autores: destrezas, capacidades comunicativas o macrohabilidades. Este último nombre de macrohabilidad se utiliza especialmente para distinguir las cuatro grandes y básicas habilidades de la comunicación de otras destrezas también lingüísticas pero más específicas y de orden inferior, que llamamos microhabilidades.
La lectura en voz alta combina la comprensión lectora con la elocución oral del texto, pero se trata, sin duda, de una actividad menos frecuente y bastante especial. Asimismo, dentro de la habilidad de leer podemos distinguir destrezas muy distintas, como la comprensión de detalles laterales, o la capacidad de inferir el significado de una palabra desconocida; estas tres microhabilidades forman parte de la macrohabilidad de la comprensión lectora.
Las habilidades lingüísticas se clasifican de la siguiente forma, según el canal (oral o escrito) y el papel (receptivo o productivo) que tengan en la comunicación. Hasta hace poco las habilidades receptivas se habían llamado pasivas y las productivas activas, pero no es verdad porque siempre estamos activos. Por supuesto, esta concepción es falsa y la oposición pasivo/activo es poco acertada.
Según el canal o el código lingüístico que se utiliza en la comunicación, distinguimos las habilidades orales de las escritas. Cuando queremos referirnos a la vez a la recepción y a la producción de mensajes, utilizamos el verbo «procesar». El procesamiento de textos incluye tanto la codificación como la decodificación, o la recepción y la producción.
La opinión más extendida actualmente es la que considera los dos modos equivalentes y autónomos, con funciones sociales distintas y complementarias. Lo oral es más coloquial, subjetivo, redundante y abierto, con una sintaxis más simple, llena de anacolutos, frases inacabadas, circunloquios, elipsis, repeticiones, etc., y un léxico más general y pobre, con palabras comodín (de aquello, de esas cosas…). En cambio, lo escrito suele ser estándar, más formal y objetivo, preciso y cerrado; la sintaxis es más compleja y variada y el orden de las palabras más estable, con un léxico específico y evita las repeticiones y la expresividad de los recursos lingüísticos populares. Como el canal oral es diferente del escrito, la forma como se comporta el usuario de la lengua que habla o escribe, o que escucha o lee, es bien distinta.
La comparación entre los procesos de recepción y de producción de textos. Los primeros análisis destacan sobre todo las semejanzas entre los dos procesos, poniendo énfasis en el papel activo que realiza un individuo cuando escucha o lee y en las diversas estrategias de interpretación del discurso que utiliza. De hecho, cuando comprendemos un texto no haríamos sino reconstruirlo de nuevo, mentalmente, de una forma paralela a cuando lo elaboramos para escribirlo o decirlo.
Las habilidades lingüísticas no funcionan corrientemente aisladas o solas, sino que se suelen utilizar integradas entre sí, relacionadas unas con otras de múltiples formas. Por ejemplo, en una conversación, tan pronto escuchamos como hablamos, como volvemos a escuchar o a cortar e interrumpir la intervención del otro. Cuando escribimos, nos hacemos un montón de leer lo que vamos escribiendo, y también de consultar otros libros o textos. En una misma situación, sobre un tema y con el mismo lenguaje, podemos desplegar todas las habilidades lingüísticas para procesar diferentes textos. Imaginemos la situación de ir a ver una película de cine. La transfusión de información y de lengua del código oral al escrito y viceversa es muy corriente.
Varían según el individuo y el tipo de vida comunicativa que lleve. No es solo que la comunicación verbal sea un proceso básico para el desarrollo de la persona, que sea la fuente de socialización y de aprendizaje, etc., es también lo que hacemos continuamente mientras vivimos.
Los porcentajes reafirman claramente que las habilidades orales son las más practicadas. Es consecuencia lógica de su carácter más espontáneo, improvisado, interactivo y ágil.
A la luz de estos datos, es fundamental restituir la relevancia que se merecen las habilidades orales, así como su estudio y aprendizaje. Tradicionalmente, se entendía que el objetivo fundamental de la escuela era enseñar a leer y escribir. Es claro que esta concepción no aguanta ninguna crítica seria: todos sabemos que los alumnos tienen problemas importantes de expresión, y que son incapaces de realizar determinadas intervenciones orales. La opinión generalizada que dice que hoy ya no se escribe como antes o que escribimos cada vez menos es una falacia.
De entre todas las habilidades lingüísticas, escuchar es la que suele despertar menos interés en la vida cotidiana. (Según psicólogos: dicen que es muy importante que una persona sepa escuchar). Escuchamos con objetivos determinados y con expectativas concretas. La mayoría de las veces que escuchamos podemos ver a quien habla. Esta copresencia física permite el feedback inmediato. Mientras escuchamos, se nos pide constantemente que respondamos o que demos feedback o retroalimentación a quien habla. En la comunicación oral, el intercambio de papel entre emisor y receptor es constante. El lenguaje que se usa en la comunicación cotidiana es muy diferente del escrito y del oral usado en contextos más formales.
Escuchar es comprender el mensaje, y para ello hemos de iniciar un proceso cognitivo de construcción de significado y de interpretación de un discurso. Los cuatro tipos de contenidos que intervienen en la habilidad son: procedimientos, conceptos, actitudes y competencias. Quien escucha no tiene un papel silencioso, sino que suele ser muy activo: colabora en la conversación y da feedback. El perfil del receptor incluye: manifestar comprensión del discurso, animar al emisor a continuar hablando, anticipar el discurso, acompañar el discurso con un buen comportamiento no verbal.
En plena conversación, el receptor desarrolla todo este abanico de estrategias:
Estas microhabilidades no trabajan en ningún orden determinado, sino que interactúan entre sí a la vez, discriminando los diversos sonidos pronunciados y asignándoles un significado en nuestra gramática. Estos dos procesos interactúan y construyen, progresivamente y entre sí, la comprensión oral. Este proceso de comprensión está íntimamente relacionado con otras capacidades cognoscitivas generales, como la atención y la memoria, que incluso determinan el desarrollo. Esto se nota especialmente con los alumnos más pequeños, que tienen poca atención educada y poca capacidad retentiva y que, además, disponen de un conocimiento del mundo limitado.
En general, alumnos y maestros no solemos tener muy en cuenta la habilidad de escuchar en la clase de lengua. Seguro que no discutimos su importancia, pero en la práctica no se le dedica ninguna atención.
La función tradicional de la escuela, en el campo de la lengua, ha sido enseñar a leer y escribir. En la percepción popular, la capacidad de descifrar o cifrar mensajes escritos, la alfabetización, ha sido —¡y aún puede seguir siéndolo!— el aprendizaje más valioso que ofrece la escuela. La habilidad de expresión oral ha sido siempre la gran olvidada de una clase de Lengua centrada en la gramática y en la lectoescritura. La vida actual exige un nivel de comunicación oral tan alto como de redacción escrita.
Lo que conviene trabajar en clase son el resto de situaciones:
Adoptando un punto de vista más técnico, se diferencian las comunicaciones autogestionadas (singular) y las plurigestionadas (dual y plural). Las primeras requieren la capacidad de preparación y autorregulación del discurso, mientras que las segundas ponen énfasis en la interacción y la colaboración comunicativa.
La autogestión es el arte de la oratoria, de hablar en público, de convencer o simplemente de informar. La plurigestión es el arte de la conversación, del intercambio y de la colaboración entre interlocutores.
Se distingue entre conocimientos y habilidades de expresión oral. Los primeros son informaciones que sabemos, que tenemos memorizadas: incluyen el dominio del sistema de la lengua y aspectos relacionados con la cultura. Las segundas hacen referencia a los comportamientos que mantenemos en los actos de expresión: las habilidades de adaptarse al tema, adecuar el lenguaje y muchas otras.
Las comunicaciones humanas se estructuran y se fijan a partir de la repetición y de la experiencia que vamos adquiriendo los interlocutores. Se definen los temas de la situación y se configuran unos roles determinados. Rutinas es el nombre que se suele dar a estas estructuras comunicativas y se suele distinguir la información de la interacción. Las rutinas son absolutamente culturales y varían entre comunidades lingüísticas porque también varían las formas de relación de las personas.
El conocimiento de las rutinas nos permite ejercitar la primera habilidad comunicativa, que es la planificación del discurso. A partir de la experiencia que tenemos en situaciones parecidas, podemos prever lo que puede pasar y decidir cómo nos comportamos: sobre qué temas hablaremos (información) y de qué forma (interacción), es decir:
Con el tema y los turnos de palabras acordados, la siguiente tarea es la negociación del significado, para la que se utilizan las habilidades de selección del nivel de explicación y evaluación de la comprensión. En la segunda habilidad, los interlocutores confirman que el nivel de explicación es adecuado y que han comprendido los mensajes. Se trata de un proceso de colaboración entre emisor y receptores, en el que ambos participan activamente. Bygate menciona diversas estrategias de evaluación/confirmación de comprensión. En conjunto, el nivel de explicación del discurso afecta la cantidad de información que da el emisor, pero también otros aspectos lingüísticos como son la selección gramatical y léxica. El último componente de la expresión oral, que incluye habilidades específicas, es la producción real del discurso, es decir, la pronunciación de las frases y palabras que vehiculan los significados. En la comunicación oral, los interlocutores no siempre tienen mucho tiempo para expresar y comprender lo que se dice, a diferencia del redactor y del lector. En conjunto, el emisor intenta compensar las dificultades de la comunicación oral con la redundancia o repetición de la información.
La lectura es uno de los aprendizajes más importantes, indiscutibles e irrefutables que proporciona la escolarización. Pero la metodología básica que se utiliza para enseñar a leer, ya sea global como analítica, no fomenta la comprensión. Sigue esta secuencia:
Esto provoca un analfabetismo funcional: personas que han sido escolarizadas y no tienen habilidades para leer o escribir. El error esencial de esta clase de actividades, y que puede ser una de las causas del déficit de comprensión, es que olvidan lo más importante de la lectura: que significa comprender. Leer es comprender un escrito.
El lector competente:
Además, el lector competente no lee siempre de la misma forma, sino que se adapta a cada situación y utiliza varias microhabilidades de lectura. Por el contrario, los aprendices de lector suelen tener un repertorio más pobre de microhabilidades o herramientas de comprensión. Acostumbrados a leer palabra a palabra, con poca o ninguna anticipación, concentrados en la decodificación de cada letra y en su valor fonético, los alumnos no saben ni pueden elegir herramientas distintas para objetivos distintos de lectura.
El modelo interactivo sostiene que la comprensión del texto se logra a partir de la interrelación entre lo que el lector lee en el texto y lo que ya sabe sobre el tema.
Existen una diversidad de habilidades y de conocimientos requeridos para poder escribir. Estos se pueden agrupar en tres ejes básicos que son los siguientes:
Un primer punto crucial de la cuestión es lo que siente el niño o adolescente al escribir.
También es muy importante la concepción que tiene el alumno sobre el escrito.
Alumnos y maestros tenemos prejuicios sobre el proceso de composición de textos escritos. Los alumnos suelen concebir la escritura como un acto automático de llenar una hoja en blanco de letras: no reflexionan mucho sobre lo que escriben, no hacen nunca borradores, apuntan todo lo que se les ocurre, tal como se les ocurre, y corren para llegar al final de la hoja y acabar.
El acto de escribir se compone de tres procesos básicos: hacer planes, redactar y revisar, y un mecanismo de control, el monitor, que se encarga de regularlos y de decidir en qué momento trabaja cada uno. Durante el proceso de hacer planes nos hacemos una representación mental de lo que queremos escribir y de cómo queremos proceder. El subproceso de generar es la puerta de entrada de las informaciones desde la memoria. El subproceso de organizar clasifica los datos emergidos de la memoria y el de formular objetivos establece los propósitos de la composición.
Monitor: poder activar y desactivar cualquier proceso en cualquier momento.