Portada » Historia » Europa en Transformación: Movimientos Sociales, Imperios y el Origen de la Gran Guerra
Líderes obreros eran contrarios a la intervención del Estado, la propiedad privada y la influencia de la religión.
Su principal teorizador fue Mijaíl Bakunin, quien defendía la rebelión espontánea contra la sociedad capitalista y el Estado.
Elaboraron la doctrina anarquista, que pretendía promover la acción del proletariado industrial y de todos los sectores oprimidos (obreros, soldados, estudiantes y campesinos), con el objetivo final de la destrucción total del Estado.
Tanto socialistas como anarquistas pretendían alcanzar la sociedad comunista, pero diferían en las estrategias a seguir.
Los anarquistas abogaban por suprimir inmediatamente el Estado.
Los marxistas consideraban necesaria la conquista del Estado y su control por parte de los obreros durante una fase transitoria, conocida como la dictadura del proletariado.
La revolución anarquista buscaba la destrucción total e inmediata del orden social burgués.
Surgió la idea de formar una organización obrera internacional para ganar fuerza, aunque finalmente se disolvió.
En Londres, en 1864, se extendió una invitación a sindicalistas británicos, mutualistas franceses y exiliados residentes en la ciudad, lo que llevó a la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), también conocida como la Primera Internacional.
Se formó un comité, y Karl Marx redactó el manifiesto inaugural y el proyecto de estatutos de la nueva organización, cuyo lema fue: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
El manifiesto inaugural alentaba la conquista del poder político por parte del proletariado.
Frente al sector más autoritario, dirigido por Marx, que pretendía reforzar el Consejo General con sede en Londres, surgió pronto un movimiento que defendía la autonomía de las organizaciones locales y nacionales, influido por el antiautoritarismo de Bakunin. A pesar de la expansión internacional de la AIT, las discrepancias internas aumentaron. La ruptura definitiva ocurrió debido a la diferente valoración que ambas corrientes hicieron de la revuelta de la Comuna de París en 1871.
En París estalló un movimiento denominado la Comuna, un levantamiento patriótico contrario a las cláusulas del tratado de paz que puso fin a la guerra entre Francia y Prusia. La Comuna fue aplastada por el ejército. Marx la consideró el primer intento de toma del Estado por parte del proletariado, mientras que Bakunin la defendió como un movimiento anarquista de carácter espontáneo y popular.
Estas diferencias fueron el detonante del choque frontal entre ambas tendencias, lo que llevó a la disolución de la Primera Internacional.
Durante el siglo XIX, la expansión de la industria conllevó un aumento del número de sindicatos, la expansión del socialismo y la implantación de partidos socialistas.
Se produjo una notable expansión de partidos socialistas y de organizaciones sindicales nacionales.
Uno de los primeros y más influyentes fue el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).
En las últimas décadas del siglo XIX, surgieron otros partidos socialistas, como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
En el Reino Unido, el sindicalismo de las Trade Unions se desarrolló inicialmente al margen del socialismo; para obtener representación parlamentaria propia, formaron el Partido Laborista.
Aunque estos partidos eran socialistas, no eran homogéneos. Cada uno tenía su propia versión del socialismo, si bien muchos partían de las ideas marxistas.
La Segunda Internacional se fundó en 1889 en París.
Sus objetivos fundamentales incluían la lucha por una legislación laboral favorable (jornada de ocho horas, prohibición del trabajo infantil y derecho de huelga) y la instauración del 1 de mayo como el Día Internacional del Trabajo. A comienzos del siglo XX, se produjeron intensos debates sobre cuestiones como el revisionismo, la cuestión colonial y la guerra. El estallido de la Primera Guerra Mundial demostró que el socialismo no pudo evitar el conflicto, lo que agudizó sus diferencias internas. La separación total ocurrió cuando los bolcheviques triunfaron en la Revolución Rusa y los comunistas decidieron crear una nueva organización: la Tercera Internacional Comunista (Komintern).
En 1871, se proclamó el Segundo Reich Alemán. Dos hechos fundamentales favorecieron su creación: la unificación de Alemania bajo el liderazgo de Prusia y la victoria prusiana frente a Francia en la batalla de Sedán. Guillermo I fue proclamado káiser (emperador). El Segundo Reich supuso la aparición de una gran potencia que alteró significativamente el equilibrio de poderes en Europa.
El Imperio Otomano se caracterizaba por una gran variedad de pueblos bajo su dominio, lo que, unido a una considerable inestabilidad política, marcaba su existencia.
Su vasto territorio abarcaba la península de Anatolia y se extendía por Oriente Medio, parte de la península Arábiga y el norte de África.
El soberano ostentaba los títulos de sultán (autoridad política) y califa (autoridad religiosa), configurando un Estado teocrático.
Su compleja estructura político-administrativa, el oneroso sistema fiscal que recaía sobre los campesinos, la corrupción endémica y el elevado gasto militar contribuyeron a llevar al país a la ruina.
La escasez de recursos económicos, la creciente dependencia financiera del Reino Unido y Francia, y los continuos conflictos exteriores provocaron el progresivo debilitamiento del Imperio Turco.
Su rasgo fundamental era una enorme diversidad étnica, cultural y religiosa, lo que lo hacía inviable a largo plazo. Los movimientos independentistas y los nacionalismos emergentes representaban una amenaza constante. El imperio tenía dos grandes centros de poder: Austria, de cultura predominantemente alemana, y Hungría, de cultura magiar.
Gobernado por el emperador Francisco José I, en la primera parte de su reinado se aplicó una política de centralismo y absolutismo. Esto originó un profundo enfrentamiento entre austriacos y húngaros, que amenazó con provocar la división del Imperio. Finalmente, se acordó el Compromiso Austrohúngaro de 1867, que dividió el Imperio en dos reinos: Austria y Hungría.
En Austria predominaba la población de habla alemana, pero también convivían importantes minorías de pueblos no alemanes, como checos, polacos, rutenos, eslovenos, serbios e italianos.
El Reino de Hungría abarcaba el territorio propiamente húngaro, además de Eslovaquia, Croacia, Eslovenia y Transilvania. La población mayoritaria era la magiar (húngara), pero existían significativas minorías rumanas, eslovacas, croatas, serbias y alemanas.
La denominada “monarquía dual” compartía la figura del emperador (que era emperador de Austria y rey de Hungría) y los Ministerios de Guerra, Relaciones Exteriores y Finanzas. Sin embargo, cada reino tenía sus propias leyes, Gobierno y Parlamento. El Compromiso solventó el problema húngaro, pero no el de las restantes nacionalidades. Los conflictos con los diversos nacionalismos fueron constantes. Además, las ansias expansionistas de Austria-Hungría sobre la región de los Balcanes contribuyeron significativamente a la inestabilidad de la zona.
La extensión territorial del Imperio Ruso había aumentado considerablemente tras el Congreso de Viena de 1815.
Su expansión se dirigió hacia el Extremo Oriente, llegando a Manchuria, aunque sufrió un revés tras la guerra ruso-japonesa (1904-1905).
También se expandió hacia el sur, en Asia Central y el Cáucaso.
Hacia el oeste, controlaba territorios como Finlandia y gran parte de Polonia.
El Imperio presentaba una gran diversidad étnica, aunque predominaban los pueblos eslavos, principalmente rusos, pero también ucranianos, bielorrusos y polacos.
Ante esta diversidad étnica y religiosa, se desarrollaron dos tendencias principales: una tendencia centrífuga, representada por pueblos que intentaban separarse del Imperio (como el caso polaco), y una tendencia centrípeta o paneslavista, que buscaba asimilar e integrar a las otras minorías dentro de la cultura eslava dominante, especialmente la rusa.
Los objetivos de la política exterior de Otto von Bismarck, canciller alemán, eran:
La rivalidad entre el Imperio Austrohúngaro y Rusia en los Balcanes era un foco de tensión, mientras que el Reino Unido solía apoyar los intereses del Imperio Otomano para contrarrestar a Rusia. Bismarck promovió la firma de dos acuerdos bilaterales: uno germano-ruso y otro austro-ruso. Estos acuerdos sentaron las bases para que Alemania, Austria-Hungría y el Imperio Ruso formaran la Entente de los Tres Emperadores (1873).
(Una entente es un entendimiento o acuerdo entre dos o más países para cooperar en asuntos específicos, sin necesidad de una alianza militar formal).
Las revueltas nacionalistas en diversas zonas de los Balcanes alteraron el equilibrio en la región, llevando a la anulación de los acuerdos previos. En el Congreso de Berlín (1878), Austria-Hungría obtuvo la administración de Bosnia-Herzegovina, y Gran Bretaña la cesión de Chipre por parte de los turcos. Rusia, sintiéndose perjudicada por estas decisiones, se alejó de la Entente.
Este periodo representó la plenitud del método diplomático bismarckiano, logrando una relativa etapa de paz en Europa. Se consiguió la renovación de la Entente de los Tres Emperadores en 1881.
Además, en 1882 se creó la Triple Alianza entre Alemania, Austria-Hungría e Italia. Este complejo sistema de alianzas, junto con la creciente desconfianza y el rearme de las potencias, caracterizó el periodo conocido como la Paz Armada, previo al estallido de la Primera Guerra Mundial.
La persistente e inestable situación en los Balcanes provocó que el sistema bismarckiano entrara nuevamente en crisis.
Bismarck consiguió la firma de dos nuevos tratados cruciales: el Tratado de Reaseguro (1887), un pacto secreto de neutralidad entre Alemania y Rusia, que se sumaba a la alianza existente con Austria-Hungría. Estos acuerdos buscaban asegurar el equilibrio en los Balcanes y mantener el aislamiento de Francia.
El complejo sistema de alianzas comenzó a desmoronarse tras la dimisión de Bismarck en 1890. Francia, aprovechando la no renovación del Tratado de Reaseguro por parte del nuevo gobierno alemán, firmó una alianza militar con Rusia (1892-1894), poniendo fin a su aislamiento diplomático. Progresivamente, se fueron consolidando dos grandes bloques antagónicos: la Triple Alianza (Alemania, Imperio Austrohúngaro e Italia) y la Triple Entente (formada por la alianza franco-rusa, la Entente Cordiale franco-británica de 1904, y el acuerdo anglo-ruso de 1907).
Las relaciones entre Francia y Alemania seguían siendo muy tensas debido a la disputa por las regiones de Alsacia y Lorena, anexionadas por Alemania tras la guerra franco-prusiana de 1870-1871.
Persistía la disputa entre los Imperios Austrohúngaro y Ruso por el control político y económico de la estratégica zona de los Balcanes.
Existían fuertes rivalidades económicas, especialmente entre el Reino Unido y Alemania. Ambas naciones experimentaban un gran desarrollo industrial y una intensa actividad comercial, lo que generaba una creciente competencia por los mercados y los recursos.
El Reino Unido percibía el expansionismo alemán, incluyendo su creciente poderío naval, como una amenaza directa para su vasto imperio colonial y su tradicional hegemonía comercial y marítima.
La denominada “Cuestión de Oriente” se centraba en la inestable zona de los Balcanes, históricamente ocupada en gran parte por el decadente Imperio Otomano. Distintos pueblos balcánicos (como Serbia, Grecia, Rumanía y Bulgaria) habían logrado su independencia o una mayor autonomía durante el siglo XIX. Este vacío de poder animó las ambiciones expansionistas de los imperios Austrohúngaro y Ruso en la región. Austria-Hungría pretendía intervenir contra el creciente nacionalismo eslavo, especialmente el serbio, que amenazaba la integridad de su propio territorio multinacional. Por su parte, el Imperio Ruso buscaba asegurar su influencia sobre los pueblos eslavos de los Balcanes, presentándose como su protector, y obtener acceso a los estrechos del Mar Negro.
En 1908, el Imperio Austrohúngaro se anexionó formalmente Bosnia-Herzegovina (que administraba desde 1878), provocando una enérgica protesta de Serbia, que aspiraba a unificar a todos los pueblos eslavos del sur bajo su liderazgo (proyecto de la Gran Serbia).
Las Guerras Balcánicas (1912-1913) resultaron en la derrota del Imperio Otomano, que fue forzado a ceder la mayoría de sus territorios europeos y a reconocer la independencia de Albania, entre otras consecuencias.
A comienzos del siglo XX, surgieron agudos enfrentamientos imperialistas por el control de territorios coloniales, siendo Marruecos uno de los principales focos de tensión.
La Primera Crisis Marroquí (1905-1906) estalló cuando Alemania se negó a aceptar el acuerdo entre Francia y el Reino Unido que otorgaba a Francia influencia preponderante en Marruecos. Para evitar una guerra en Europa, se convocó la Conferencia de Algeciras (1906), donde se acordó reconocer formalmente la independencia de Marruecos, aunque en la práctica se establecía un protectorado franco-español. El resultado fue, en general, favorable a Francia.
En 1911, se produjo un nuevo enfrentamiento en Marruecos, conocido como la Crisis de Agadir. Tropas francesas intervinieron en ayuda del sultán, que estaba siendo asediado por rebeldes. Este hecho fue considerado por Alemania como una violación de lo acordado en la Conferencia de Algeciras y motivó el envío de la cañonera alemana Panther al puerto de Agadir. La intención de Alemania era presionar para abrir una nueva negociación y forzar a Francia a cederle parte del Congo francés (Camerún) a cambio de reconocer la plena libertad de acción francesa en Marruecos.
Finalmente, en 1911 se firmó un acuerdo por el cual Francia entregaba a Alemania una parte de su colonia del Congo (que se incorporó al Camerún alemán), a cambio del reconocimiento alemán del protectorado francés y español sobre Marruecos.
El 28 de junio de 1914, se produjo el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la Corona austrohúngara, y su esposa en Sarajevo (Bosnia). El autor material fue Gavrilo Princip, un estudiante nacionalista serbobosnio. El Gobierno austrohúngaro, convencido de la implicación serbia, envió un duro ultimátum a Serbia, exigiendo, entre otras cosas, una investigación a fondo sobre los autores intelectuales y materiales del atentado con participación austriaca.
Al no satisfacer Serbia todas las exigencias del ultimátum, Austria-Hungría le declaró la guerra el 28 de julio de 1914. Rusia, que no aceptaba una hegemonía austriaca en los Balcanes y se consideraba protectora de Serbia, movilizó sus tropas. Alemania, aliada de Austria-Hungría, exigió a Rusia que detuviera la movilización y, al no obtener respuesta, le declaró la guerra. Francia, aliada de Rusia, también movilizó sus fuerzas. Alemania invadió Bélgica (país neutral) para atacar a Francia, lo que provocó la intervención del Reino Unido, garante de la neutralidad belga. Italia, aunque era miembro de la Triple Alianza, se mantuvo inicialmente neutral, argumentando el carácter defensivo de la alianza.
Fue una “guerra total”, ya que se utilizaron todos los recursos humanos, económicos y técnicos disponibles de las naciones beligerantes. Se movilizaron casi 70 millones de soldados. Los avances técnicos e industriales del siglo anterior se pusieron al servicio de la fabricación de un armamento moderno y mortífero, incluyendo submarinos, gases tóxicos, tanques y la aviación con fines militares.
Se impuso una economía de guerra en todos los países contendientes. La industria de cada nación se reconvirtió para centrarse en la producción masiva de armas y municiones para el ejército. La población civil sufrió escasez y racionamiento de alimentos y otros bienes básicos. Esta situación se debió, en parte, a que ningún Estado había previsto que el conflicto bélico se prolongaría tanto tiempo ni que alcanzaría la magnitud de una guerra total y de desgaste.
La masiva movilización de hombres para el frente obligó a recurrir masivamente a las mujeres para ocupar puestos de trabajo en la industria, la agricultura y los servicios, lo que tuvo importantes consecuencias sociales. Para sufragar los enormes gastos bélicos, los gobiernos recurrieron a la emisión de deuda pública y solicitaron cuantiosos préstamos tanto dentro como fuera de sus países (especialmente a Estados Unidos).
Se utilizó intensivamente la propaganda a través de todos los medios disponibles para exaltar el patriotismo, mantener alta la moral de la población y de los soldados en el frente, fomentar el odio hacia el enemigo y desmoralizar al adversario.
El plan alemán, conocido como Plan Schlieffen, pretendía obtener un triunfo rápido en el frente occidental, derrotando al ejército francés en las primeras semanas de la guerra mediante un movimiento envolvente a través de Bélgica, para luego concentrar todo su esfuerzo militar en el frente ruso. La rápida invasión de Bélgica y el norte de Francia fue inicialmente exitosa, pero los ejércitos aliados (principalmente franceses y británicos) lograron detener el avance alemán en la primera batalla del Marne (septiembre de 1914), gracias a una contraofensiva liderada por el general Joffre. Este triunfo aliado hizo fracasar el plan alemán de una guerra corta y un avance rápido.
En el frente oriental, las tropas rusas invadieron Prusia Oriental, sorprendiendo inicialmente a los alemanes y obligándolos a desviar algunas divisiones del frente occidental. Sin embargo, la contraofensiva alemana, bajo el mando de Hindenburg y Ludendorff, logró una importante victoria sobre los rusos en la batalla de Tannenberg (agosto de 1914), frenando su avance. A pesar de esto, el frente oriental se estabilizó y la guerra se prolongó también en este escenario, aunque con mayor movilidad que en el oeste.
Tras el fracaso de la guerra de movimientos, los ejércitos fijaron sus posiciones en extensas líneas de frente. Se cavaron kilómetros de trincheras, protegidas por barreras de alambradas, para impedir el avance del enemigo y resguardarse del fuego de artillería.
Esta fase se caracterizó por un intenso fuego de artillería pesada, el uso masivo de ametralladoras, granadas de mano y, posteriormente, lanzallamas.
Se introdujeron nuevas armas para intentar romper el estancamiento, como los primeros tanques (utilizados por los británicos para superar las alambradas y las trincheras) y los gases venenosos (utilizados por ambos bandos con efectos devastadores).
Se convirtió en una brutal guerra de desgaste, donde el objetivo era infligir el mayor número de bajas posible al enemigo hasta que uno de los contendientes se rindiera por agotamiento. La batalla de Verdún (1916), iniciada por los alemanes, fue un ejemplo de esta violencia sin precedentes, con cerca de un millón de bajas entre ambos bandos, sin un resultado decisivo. Un ataque similar de los aliados en la batalla del Somme (1916) también resultó en un número de bajas aún mayor y tampoco logró una ruptura significativa del frente.
En el mar, las flotas británica y alemana se enfrentaron en la batalla de Jutlandia (1916), el mayor combate naval de la guerra. Aunque tácticamente no tuvo un vencedor claro, estratégicamente consolidó el bloqueo naval británico sobre Alemania.
Dos acontecimientos cruciales en 1917 cambiaron definitivamente el rumbo de la guerra: la intervención de Estados Unidos en el bando aliado y la Revolución Rusa, que llevó a la retirada de Rusia del conflicto.
La intensificación de la guerra submarina indiscriminada por parte de Alemania, que comenzó a hundir barcos mercantes neutrales, incluyendo aquellos que transportaban suministros y pasajeros estadounidenses, perjudicó gravemente las exportaciones y los intereses de Estados Unidos. Esto, junto con otros factores como el Telegrama Zimmermann, llevó al presidente estadounidense Woodrow Wilson a anunciar la entrada de su país en la guerra en abril de 1917, lo que supuso una enorme ventaja material y moral para los aliados.
En Rusia, la Revolución de Octubre llevó a los bolcheviques al poder. Uno de sus principales objetivos era sacar a Rusia de la guerra. Firmaron un armisticio con Alemania y las Potencias Centrales en diciembre de 1917, que fue el preludio del Tratado de Brest-Litovsk (marzo de 1918), por el cual Rusia se retiraba oficialmente de la guerra, cediendo vastos territorios.
Si bien el hundimiento del transatlántico Lusitania por un submarino alemán en mayo de 1915 (con la pérdida de vidas estadounidenses) fue un factor importante que aumentó la tensión y la opinión pública contraria a Alemania en Estados Unidos, la entrada formal en la guerra se produjo casi dos años después, en 1917, debido a la reanudación de la guerra submarina sin restricciones.
Tras la firma de la paz con Rusia, Alemania pudo trasladar un gran número de sus mejores divisiones del frente oriental al occidental. Aprovechando esta superioridad numérica temporal, desencadenaron varias ofensivas masivas en la primavera de 1918 (Ofensiva de Primavera o Kaiserschlacht) con la esperanza de lograr una victoria decisiva antes de que la llegada masiva de tropas estadounidenses inclinara la balanza.
A pesar de los éxitos iniciales, las ofensivas alemanas fueron contenidas y finalmente repelidas por los aliados, reforzados por las tropas estadounidenses. El ejército alemán comenzó a desmoronarse, no solo por las derrotas en el frente, sino también por la grave situación económica interna, el agotamiento de recursos y los crecientes problemas sociales en la retaguardia, donde se producían continuos actos de protesta contra la guerra y un profundo descontento entre la población civil. El alto mando militar alemán, reconociendo la imposibilidad de ganar la guerra, aconsejó al emperador Guillermo II solicitar un armisticio. Ante la inminente derrota y la agitación revolucionaria interna, el káiser abdicó el 9 de noviembre de 1918, y se proclamó la República de Weimar. El nuevo Gobierno, dirigido por el Partido Socialdemócrata, firmó el armisticio con los aliados el 11 de noviembre de 1918. La Primera Guerra Mundial había terminado.
En enero de 1918, antes del fin de la guerra, el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, expuso ante el Congreso de su país un programa de paz conocido como los “Catorce Puntos”. Sus principales objetivos eran:
La Conferencia de Paz de París se inauguró en enero de 1919. Los países vencidos (Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio Otomano) no fueron invitados a participar en las negociaciones y solo fueron llamados para firmar las duras condiciones impuestas por los vencedores. Las principales decisiones fueron tomadas por el llamado Consejo de los Cuatro, formado por los dirigentes de las principales potencias aliadas: Georges Clemenceau (Francia), David Lloyd George (Reino Unido), Woodrow Wilson (Estados Unidos) y Vittorio Orlando (Italia).
El Tratado de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919, reguló específicamente la paz con Alemania. Fue ampliamente considerado por los alemanes como una imposición humillante (Diktat).
Alemania sufrió importantes recortes territoriales: tuvo que devolver Alsacia y Lorena a Francia; ceder territorios a la recién creada Polonia, lo que incluyó la creación de un “corredor polaco” que le daba acceso al Mar Báltico (separando Prusia Oriental del resto de Alemania) y la declaración de Danzig (Gdansk) como “ciudad libre” bajo supervisión internacional. También tuvo que devolver el norte de Schleswig a Dinamarca tras un plebiscito, y ceder Eupen y Malmedy a Bélgica.
Se consideró a Alemania y sus aliados como los únicos responsables del estallido de la guerra (cláusula de culpabilidad de guerra, Artículo 231), y como consecuencia, se le impuso el pago de enormes reparaciones de guerra a los países vencedores.
Debió ceder a Francia la explotación de las ricas minas de carbón de la región del Sarre durante quince años, quedando el territorio bajo administración de la Sociedad de Naciones.
Se le obligó a abolir el servicio militar obligatorio, a limitar drásticamente su ejército a un máximo de 100.000 hombres, y a desmantelar su marina y fuerza aérea. Para prevenir cualquier intento de revancha, los aliados ocuparon militarmente la orilla izquierda del río Rin durante quince años, y la orilla derecha fue desmilitarizada en una franja de 50 kilómetros.
Como resultado de la guerra y los tratados de paz, el mapa de Europa experimentó una profunda transformación. Los grandes imperios multinacionales (Alemán, Austrohúngaro, Ruso y Otomano) desaparecieron. Se formó un “cordón sanitario” de nuevos estados en Europa Oriental y Central, en parte para impedir la expansión de la Revolución Bolchevique desde Rusia. Rusia, ya debilitada por la guerra y la revolución, perdió importantes territorios en su frontera occidental, que dieron lugar a la (re)creación o independencia de países como Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania.